A partir de 1993, Annette Focks (Thuine, Alemania, 1964) decidió que la música de cine sería su principal objetivo profesional. Desde entonces ha trabajado incansablemente: casi doscientas producciones audiovisuales, incluyendo sus obras para televisión. La mayor parte de sus bandas sonoras le han sido encargadas por directores alemanes, aunque su creciente prestigio le ha proporcionado trabajo en otros países como Suiza, Austria, Dinamarca, Suecia e incluso en la lejana China. Precisamente una de sus partituras mejor valoradas fue compuesta para una producción sueca: Simón y los robles (Lisa Ohlin, 2011).
Escuchando este tema es fácil deducir que el lirismo es uno de los puntos fuertes de Focks. Lirismo, emoción contenida, gusto por las cuerdas (especialmente por el violonchelo) y facilidad para la evocación étnica (hebraica en este caso). El oído te dice, también, que no es una compositora a la que le guste asumir riesgos innecesarios.
La temática de esos más de setenta largometrajes a los que ha prestado su música es muy heterogénea: dramas, comedias románticas, películas de animación para los más pequeños, aventuras juveniles… Tal cantidad y tanta diversidad lleva, necesariamente, a procedimientos compositivos de riesgo calculado y a un ejercicio constante de versatilidad. Puede que esta sea una de las razones por las que la compositora alemana está bastante alejada de planteamientos conceptuales extremos, lo que no significa que Focks no reflexione acerca de qué música le conviene a un determinado personaje o situación. Otro de sus rasgos distintivos es el de aceptar en sus películas, y cuando el guión lo exige, la inclusión de música preexistente, como sucede en Cuatro minutos (Chris Kraus, 2006), Si no nosotros, ¿quién? (Andres Veiel (2011) y El orden divino (Biondina Volpe, 2017).
Es de suponer que Annette Focks vive muy holgadamente de los ingresos que le proporciona su trabajo, a juzgar por el volumen de su producción, por los premios recibidos y por las variadas ediciones discográficas de sus bandas sonoras. Entre otros honores le ha sido otorgado el Deutscher Fernsehpreis (premio anual TV alemana); con su película Cuatro minutos ha sido candidata al Premio de Cine Europeo en 2007 y ha recibido el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Música y Cine de Auxerre de manos del legendario John Barry. Pocos compositores cinematográficos europeos vivos pueden presumir de reconocimientos de tan alto nivel.
La formación musical Focks es tan sólida como temprana. A los 4 años comenzó su aprendizaje musical, a los 10 se inició como compositora y a los 15 consiguió un empleo como organista y maestra de coro en una iglesia evangélica de la ciudad de Lingen. Con 21 años se matriculó en la Universidad de Música y Danza de Colonia en la especialidad de piano y también recibió clases de composición, trompeta, batería, canto, orquestación y dirección. Para dar rienda suelta a su espíritu vital e infatigable se dedicó a la música popular (pop, jazz y rock) como intérprete y compositora. Y por si esto fuera poco, Annette Focks ha escrito y escribe conciertos y música de cámara. Sus obras son estrenadas por los más prestigiosos grupos instrumentales de Alemania.
No es extraño que para sobrellevar una actividad tan intensa y exigente la compositora alemana cuente con un grupo de competentes colaboradores, entre los que no suele faltar Ferran Cruixent, un brillante músico nacido en Barcelona que se trasladó a Alemania en 2004 para realizar estudios superiores de composición tanto clásica como para el cine y la televisión. Focks ha llamado a Cruixent para varios proyectos, utilizando al catalán como pianista, arreglista, director de grabación, compositor de música adicional o supervisor musical.
Ferran Cruixent aparece en los créditos de, entre otros, los siguientes films: Los tres investigadores y el misterio en la Isla del Esqueleto (2007), John Rabe (2009), La última viajera del tiempo: Zafiro (2013), Tren de noche a Lisboa (2013), Corazón silencioso (2014), El regalo de Molly Monster (2016), Un mensaje para ti (2016), 55 pasos (2017) y El orden divino (2017).
La igualdad como pecado
El orden divino (P. B. Volpe, 2017) es una fábula que se desarrolla en un pequeño pueblo suizo, en el que se plantea un conflicto por la emancipación de la mujer y su derecho al voto, lo que subvierte la idea tradicional de que la autoridad de Dios se transmite a través del hombre. La acción tiene lugar a principios de la década de 1970, cuando Suiza era uno de los últimos lugares del mundo en el que las mujeres no tenían derecho a voto. En el próspero país transalpino, y ya en el último tercio del siglo XX, eran muchos los que todavía sostenían firmemente que involucrar a la mujer en política iba contra ese “orden divino” y que la igualdad de sexos era poco menos que un pecado contra natura.
Pero, aunque en este pueblo parecía que el tiempo se había parado, la realidad era muy distinta: en 1971 muchas cosas habían evolucionado y la mujer gozaba de plenos derechos políticos en la mayor parte del mundo. A pesar de lo cual, en este pequeño enclave alpino, nadie parecía interesado en cambiar ciertas tradiciones. Nadie, excepto una mujer joven llamada Nora, felizmente casada, con dos hijos y un suegro insufriblemente machista. Así que, en un momento dado, Nora termina hartándose y pone todo patas arriba. La cineasta suiza Petra Biondina Volpe escribió el guión y dirigió la película, mientras que las alemanas Judith Kaufmann y Annette Focks se encargaron de la fotografía y de la música respectivamente. La directora tenía las ideas claras respecto a la función que debía cumplir la banda sonora:
“Ese tiempo (los años 70) se reflejó particularmente en la música. La música era expresión de rebelión y cambio, y yo quería a toda costa que se incluyeran canciones de importancia icónica en la película. Por otro lado, la partitura debía reflejar la gran transformación de Nora y acompañar su viaje. Annette Focks y yo buscamos una música que reconociera la dimensión del esfuerzo de Nora dentro de su mundo y diera peso al personaje”.
De acuerdo con estas ideas, la película incluye música preexistente que, aparte de contextualizar la realidad más allá de las estrechas fronteras del pueblo suizo, simbolizaba la manera en que las mujeres estaban contribuyendo a que el mundo cambiara. En esos momentos el soul de Aretha Franklin y Lesley Gore formaba ya parte de una nueva forma de vida, que Nora y sus amigas descubren en sus visitas a la ciudad.
De acuerdo con las instrucciones de la directora, Focks escribió una partitura intimista, con predominio de las cuerdas y el piano. A la atrevida protagonista, le dedica un tema suave, pero resuelto y optimista que aparece en momentos clave: cuando ella pedalea por la carretera en medio de un paisaje nevado para ir a su nuevo trabajo, cuando acompaña a su sobrina (una adolescente que se rebela contra las estrechas normas de la comunidad), cuando entra en contacto con el movimiento feminista rural y, finalmente, cuando ella y un pequeño grupo de compañeras se deciden a actuar. Con su música la compositora alemana refleja muy bien los sentimientos de este puñado de mujeres que, superando miedos y condicionamientos ancestrales, deciden tomar las riendas de su destino y luchar por su derecho al voto.
Una selva sin estridencias
Annette Focks sabe que la música cinematográfica no tiene que ser necesariamente compleja o virtuosística para darle sentido a la narrativa visual y conectar emocionalmente al espectador. Así que cuando le tocó escribir partitura de La niña de la selva (Roland Suso Richter, 2011) se atuvo fielmente a la emoción que transmite el libro en el que se basa la película; un libro escrito por Sabine Kuegler quien, siendo niña, convivió durante años y junto a su familia, con una tribu de Papúa Nueva Guinea en plena selva virgen. Su experiencia no fue dramática, aunque sí dura, con muchos inconvenientes y momentos de peligro. La niña terminó adaptándose a la vida en la jungla y el verdadero trauma lo sufrió de jovencita, cuando tuvo que volver a Alemania.
Para reflejar musicalmente los sentimientos de la protagonista Focks recurre a una escritura fácil en la que el choque de civilizaciones se presenta de manera en absoluto traumática. Es la suya una partitura bastante convencional que incorpora toques étnicos (percusiones tribales, efectos selváticos, cantos sin texto…) junto a melodías sencillas interpretadas por piano, guitarra y flautas. Una partitura concebida para perfilar atmósferas y, llegado el caso, insinuar la tensión con delicadeza.
El tema musical más conocido de la película es el titulado Abreise (La partida) que acompaña a la protagonista cuando sus padres deciden que debe volver a su país. Todo un ejemplo de simplicidad: tan fácil de escuchar como adecuado al tono emocional del film. Si usted es de los que trastea un poco con el piano, le aconsejo que pruebe a tocarlo. No me extrañaría que le saliera a la primera.
Puedes leer los anteriores capítulos de la serie COMPOSITORAS DE CINE:
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