No es necesario interpretar un papel protagonista para tornarse imprescindible. Chus Lampreave fue, durante sus más de 80 trabajos, una actriz secundaria en la mayoría de sus apariciones en la gran y pequeña pantalla, sí, pero hablamos de la secundaria, la favorita, siempre entrañable siendo cómica o poética, interpretando a Sor Rata de Callejón o a una nostálgica anciana que se atreve con la expresión “cara de ladilla” para insultar a su hija. Chus era, y sigue siendo, una pieza clave en la historia del mejor cine español, un cine de barrio, movida e higueras, y una de esas actrices que siempre estuvo ahí para sorprendernos con su talento, sencillez y facilidad para la réplica más genuina e imprevisible. Menos mal que existe YouTube y podemos, si algún día nos apetece, ver en bucle su inigualable “¡Qué tengáis cuidaíco!” en Volver, de Pedro Almodóvar.
Chus Lampreave podía hacerlo todo y de todo, pero siempre era ella: una mujer mayor, casi con una madurez prematura, y una locuacidad natural de acento popular. Es interesante, hasta necesario, que un actor nos haga olvidar su persona para así poder meternos en su personaje, pero la madrileña no poseía esa cualidad. El espectador siempre veía a la verdadera Chus más sus rasgos característicos, que normalmente se presentaban en forma de diálogos con un cierto punto estrafalario que le aportase el personaje pintoresco de cada ocasión. En muchos actores podría ser esto un defecto, en ella casi una virtud: la virtud de poseer una gran presencia, no basada en una portentosa voz o unos rasgos helénicos, sino en la originalidad y la fuerza de su excéntrica convicción. Podía ser la vecina que nos abre la puerta en bata y que nos presta un poco de laurel, el tipo de abuela que es “la primera gran amiga” de un nieto/a, una dependienta que vende maría entre latas de atún y olivas deshuesadas o, en definitiva, cualquier cosa (preferiblemente dentro de una esfera costumbrista) que se le presentase.
En sus réplicas se intuía siempre un toque cómico que solo consiguen mostrar aquellos intérpretes que parecen desconocer que están resultando divertidos.
Este don para la réplica oportuna, uno de sus más grandes distintivos, fue potenciado gracias a los papeles de Pedro Almodóvar, con quien rodó 8 films. El director manchego crearía para ella, siempre procurando inventar alguien a su nivel, como él mismo ha declarado, diálogos con un punto rocambolesco que, puestos en boca de Lampreave, no conocían la indiferencia. El oscarizado director sabía que a Chus no le valía cualquier personaje o frase, ella merecía lagartos llamados Dinero, hablar de lo tristes que están los “masa” media en este país o ser testiga de Jehová y no poder mentir. Sus personajes estaban a la altura en cuando a llanura y credibilidad, pero también en cuanto a extravagancia. En sus réplicas se intuía siempre un toque cómico que solo consiguen mostrar aquellos intérpretes que desconocen, o parecen desconocer, que están resultando divertidos; lo que los norteamericanos llaman el humor deadpan, de cara de palo, el de Buster Keaton, Peter Sellers o Bill Murray.
Pocos son los papeles en los que la actriz de El verdugo haya encarnado a una persona insustancial. Sus directores sabían ofrecerle personajes a medida, identidades entrañables cuya defensa quedaba en manos de alguien que sabía adaptarse perfectamente a ellos. Su presencia conseguía deambular dignísimamente alrededor de papeles protagonista como el de Carmen Maura en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? al conseguir ensalzar a la abuela del film, personaje que, de haber caído en otras manos, no hubiera lucido ni continuaría en nuestra memoria cinéfila de la misma manera. ¿Quién si no Chus podría cobrarle a su propio hijo por una botella de agua con gas que guarda a cal y canto en su habitación? El papel es el de una abuela sin vergüenza que no sabe escribir pero reconoce el estilo realista (¿o era romántico?) de Lord Byron sin titubear.
Chus Lampreave es la secundaria del cine español, una estrella que nos recuerda que menos es más, que el perfume se vende en frascos pequeñitos… y así hasta agotar todos los dichos que pueden engrandecer a alguien que siempre ha vivido en un inolvidable segundo plano.
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