Descubre los simbolismos que se esconden detrás de la escena más memorable de La Lista de Schindler
La Lista de Schindler de Steven Spielberg supuso la consagración definitiva – al menos, en cuanto a premios Oscar – del director de origen judío. También fue su proyecto más personal, de aquellos que se quieren hacer durante años hasta que se encuentra la oportunidad para llevarlo a cabo. Crítica y público valoraron por igual como sobresaliente el resultado de su esfuerzo, aunque no falten voces autorizadas que critiquen su versión maniquea de la historia, el final reconfortante, y la falta de profundidad de los personajes.
Mi intención no es entrar en ese debate. Para mi es una obra maestra en muchos aspectos: en dirección, en dirección de actores, en fotografía, en música, en montaje… se nota que está rodada con nervio y pasión, y solo me molesta algún pequeño detalle, como el innecesario abrigo rojo, que otros pueden ver como un gran acierto. De lo que me interesa hablar es de un pequeño detalle de la escena cumbre que creo que condensa muchos simbolismos y es, a la vez, reveladora del genio del director y un aviso para navegantes para el público. Me refiero al momento en que le ofrecen el anillo a Oskar Schindler.
La película está basada en el libro El arca de Schindler de Thomas Kenneally, publicado en 1982. Recopilando los testimonios directos de algunos protagonistas vivos de los hechos, Kenneally reconstruye la historia de Oskar Schindler. Y cuando llega a la escena a la que me refiero –el clímax de la película- la describe así:
“Pasados los tres minutos, los SS salieron rápidamente de la nave. Los prisioneros se quedaron. Miraron a su alrededor y se preguntaron si eran, finalmente, los amos de la casa. Cuando Oskar y Emilie se dirigían a sus habitaciones, los prisioneros los detuvieron para entregar el anillo de Licht. Oskar lo admiró por un momento, mostró la inscripción a Emilie y pidió a Stern que la tradujera. Cuando preguntó dónde habían obtenido el oro y descubrió que procedía de la pieza dental de Jereth, todos esperaron que riera. Jereth estaba entre quienes traían el regalo, listo para las bromas, sonriente. Pero Oskar, con gran solemnidad, puso el anillo en su dedo. Aunque nadie lo comprendió por completo, en ese instante todos volvieron a ser ellos mismos, porque Oskar Schindler dependía ahora de sus regalos.”
Como podemos ver, la escenografía es totalmente distinta. Pasamos de un interior a un exterior de noche, y la mención al anillo se hace sin más comentarios, mientras que en la película nos hallamos ante una escena épica, donde asistiremos al derrumbamiento –literal- del protagonista y su catarsis, una especie de conversión total en hombre bueno que, finalmente, toma conciencia de lo que ha hecho y de lo que hubiera podido hacer.
La escena empieza con un plano general de una reunión en el exterior de la fábrica. Las personas que van a asistir forman en filas ordenadas, con lo que tenemos muy claro que nos hallamos ante una ceremonia. Oskar Schindler (Liam Neeson) y su mujer Emilie (Caroline Goodall) se acercan hasta donde se encuentra Ytzak Stern (Ben Kingsley), que se aproxima y le ofrece un anillo, le explica que tiene grabado en su interior un pasaje de el Talmud, y que lo han forjado entre todos. Schindler coge el anillo, le da vueltas entre los dedos… y se le cae.
Se le cae al suelo. Schindler se tira a buscarlo, rebusca entre las piedras, lo encuentra, se lo pone. E inicia entonces un monólogo que a cualquiera que no sea de piedra hace llorar, que es como acaba el protagonista, vencido y devastado, entre los brazos de su contable.
Muy bien. La pregunta entonces es: ¿Por qué se le cae el anillo?
La explicación más común es que el anillo se le cae porque no puede soportar el peso simbólico que contiene el pasaje del Talmud. El personaje podría hacer ver que no puede con ese peso, pero sujetarlo en todo momento, como si estuviera sosteniendo algo muy muy pesado; pero no, oímos perfectamente como el anillo se le escapa de entre los dedos, haciendo un ruido como de moneda que gira, y oímos perfectamente como el metal choca contra las piedras. Es necesario, casi imprescindible, que el anillo se le caiga, porque así Spielberg nos coloca al personaje donde quiere.
El antropólogo Manuel Delgado, en un escrito privado referido a las relaciones de pareja, hace la siguiente afirmación: “¿Cómo podemos amar a alguien que no se nos aparezca como vulnerable? No es que la debilidad sea una característica de los amantes, es que es su requisito más innegociable”. Efectivamente, no podemos amar a alguien que no nos muestre, en algún momento, su cara más frágil. Y la transformación de Oskar Schindler en alguien a quien podemos amar se produce, precisamente, por la caída del anillo.
El personaje se tira al suelo, se arrastra, se humilla, porque eso le hace humano. Desvalido, nos muestra su cara más débil, la de una persona torpe, al que le acaban de dar un anillo arrancado de la dentadura de un prisionero (como vemos en la escena anterior), y que cuando lo tiene entre los dedos no sabe qué hacer con él. Su turbación despierta nuestra compasión, pero la caída despierta nuestro amor, porque ahora ya sí, ya es alguien que ha cerrado un ciclo y a quien podemos amar. ¿Y quiénes son las que corren a abrazarlo cuando acaba su monólogo entre lágrimas? Pues las mujeres que asisten a la ceremonia, mientras los hombres se quedan quietos mirando la escena.
Para acabar de redondear la caída, Spielberg utiliza dos recursos más: el encuadre y la iluminación. Durante toda la película hemos visto a Schindler como un hombre que trata con condescendencia, cuando no con desprecio, a su contable. Stern es un hombre inteligente y honrado, mientras que Schindler es un pícaro, un pillo más listo que otra cosa, que ha sabido aprovecharse de la situación. Moralmente, si las circunstancias fueran otras, su contable sería un gigante en comparación; pero la guerra ha puesto a cada uno en un lugar diferente del que debería ocupar, y es por eso que en todos los encuadres en que aparecen juntos, Liam Neeson saca varias cabezas de altura a Ben Kingsley.
Excepto en la escena final. Cuando Schindler se derrumba y Stern acude a recogerlo, por primera vez están a la misma altura, cara a cara, lo que refuerza la transformación del personaje: ya no es un arrogante hombre de negocios, ahora no es más que un hombre en igualdad de condiciones con los demás.
En cuanto a la iluminación, sabemos que desde que los expresionistas alemanes empezaron a jugar con las luces y la fotografía como recursos para mostrar estados de ánimo, cualquier personaje que tenga la mitad de la cara iluminada y la mitad de la cara en sombra es una persona que se debate entre el bien y el mal. Oskar Schindler aparece a contraluz en la primera escena en que le vemos la cara, es decir, en la sombra, y es el momento en que empieza a hacer negocios con los nazis. Durante el resto del metraje vemos constantemente en su cara la sombra del mal, como esa lucha también constante con la que se debate.
En la escena final, cuando acaba el monólogo, su cara ya no tiene ninguna sombra, es más, está prácticamente resplandeciente. Con ello sabemos que el bien ha vencido al mal y por eso ya lo podemos querer, porque ahora ya es uno de los nuestros. Todo, la caída, la luz, el encuadre, y el monólogo, se combina para reforzar la idea de que la ceremonia ha acabado, la transformación se ha completado, y es de verdad.
Pero Spielberg no se queda ahí. Como muchas escenas de muchas obras maestras, ésta admite más de una lectura. La segunda lectura de la caída del anillo es el aviso para navegantes, una advertencia dirigida al público que asiste a esta conversión, y el mensaje es “cuidado con encumbrar a humanos como héroes”.
Schindler fue un personaje controvertido. Una de las cosas que más extrañan de su vivencia es que prefiriera huir ante la llegada de las tropas soviéticas antes que quedarse junto a las personas que salvó para que pudieran dar testimonio de su comportamiento. Es cierto que se produjeron algunos ajustes de cuentas en las semanas posteriores a la liberación, pero también es cierto que todos los judíos eran testigos de que los había salvado. Aun así, teniendo en cuenta lo convulso de los tiempos, no deja de ser comprensible un cierto temor.
Pero Schindler se fue a Argentina, el paraíso en aquel momento de los nazis fugados, con lo que tenemos de nuevo sombras que empañan la imagen del personaje. Además, el resto de su vida no fue precisamente modélica: dejó a su mujer, continuó haciendo negocios en los que se arruinó un par de veces, y en resumen, parece que siguió trapicheando hasta su muerte. Israel no lo consideró un “hombre justo” hasta 1955, diez años después de finalizada la guerra.
Teniendo en cuenta todo esto, deberíamos leer la escena de la caída del anillo de una manera muy diferente. Como decía antes, el material para confeccionarlo se arranca directamente de la boca de uno de los prisioneros, se funde, y vemos como un artesano –al que suponemos joyero- empieza a trabajarlo. Cuando Ytzak Perlman se lo da a Schindler lo sostiene entre los dedos como una ofrenda, en un gesto muy parecido al que hacen los curas católicos en el momento de la consagración. Es un objeto precioso, valioso, con un alto contenido simbólico.
Y lo que hace Schindler con él es dejarlo caer.
Es como si Spielberg nos estuviera advirtiendo: “Los héroes son humanos y, por tanto, falibles. Mirad lo que hace con el anillo: no es capaz de retener nada valioso. Si, sé que acabo de confeccionarle una hagiografía de más de dos horas, y sí, sé que la conclusión que sacareis es que es un hombre bueno. Pero cuidado con los héroes que encumbramos.”
¿Se puede decir más con un simple gesto?
Deberias postear mas articulos como esta. Gracias Saludos