Acostumbrados como estamos los espectadores a estrenos masivos y cada vez más abusivos, resultante frustrante que se nos pueda escapar el visionado de pequeñas obras estimulantes que lamentablemente cada vez pueblan menos nuestras carteleras y cuyo radio de difusión a menudo se circunscribe únicamente a los festivales de cine. Por eso es una suerte que a partir de hoy viernes 26 de julio podamos apreciar a Jesús en la pantalla grande.
Jesús, la película, toma su nombre del personaje bíblico-histórico. No parece una gran novedad dedicarle un film al que es, seguramente, el personaje más conocido y representado de todo Occidente, y tal vez del mundo entero. Pero la curiosidad se despierta si conocemos que el film es la ópera prima de un director japonés nacido en 1996. Un film labrado con delicadeza y manufacturado prácticamente al completo por Hiroshi Okuyama, que hace las funciones de director, guionista, fotógrafo y montador. Un cineasta que a los 13 años rodó un primer videoclip que acabó compitiendo en el Festival Internacional de Cine de Kyoto.
Dedicado a un amigo que se fue demasiado pronto, la película enfrenta por primera vez a un chico, demasiado grande para ser un niño pero demasiado pequeño para ser un adolescente, a la muerte. Un chico que debe crecer a marchas agigantadas cuando se desplaza con sus padres a la pequeña población rural en donde vive su abuela, que acaba de enviudar. Allí tomará contacto por primera vez con la muerte y con el cristianismo, una fe que, a pesar de creer en la resurrección a los tres días, continúa considerando la vida un puente determinante para encaminar al creyente a su nueva vida, la que le espera después de morir.
Solo en el colegio, Yura, que así se llama el chico, entabla contacto con Jesús. Primero compartiendo aula, dado que no hay una sin un crucifijo colgado en la pared, y más adelante asistiendo a su primera misa, que el chico en un primer momento confunde con una asamblea. Aprende rápido el hábito de la oración y el ruego, y le pide a Dios, casi sin conocerse, que llene su soledad de nuevos amigos. Una versión en miniatura y desenfadada del propio Jesús es el primero en presentarse. Un Jesús a la vista de los ojos de Yura pero invisible a los ojos ajenos. Un Jesús que, como el genio de la lámpara, dispone de cuánto el chico desea. A medida que sus deseos se cumplen, la fe en Yura late cada vez más fuerte. Pero el acto de fe se derrumba ante la cruda realidad. El mal acecha a la vuelta de cada esquina y Jesús, por muy hijo de Dios que sea, no es nadie para impedirlo. El amigo imaginario se desvanece con la misma facilidad con la que lo hace la fe en Dios en cada vez más rincones del mundo.
Se trata de un film iniciático que sienta las bases de una filmografía a seguir de cerca y que, de momento, ya puede presumir en su palmarés del premio Nuevos Directores del pasado Festival de San Sebastián.
Be the first to comment