La Filmoteca de Cataluña ha programado, a partir del día 21 de diciembre, un ciclo dedicado a Jean-Pierre Melville para conmemorar el centenario de su nacimiento, proyecciones que se prolongarán durante el mes de enero. De los 13 largometrajes que dirigió el realizador francés, tendremos la oportunidad de ver 10. Este mes se exhibirán Círculo rojo, El silencio del mar, Crónica negra y Bob, el jugador. En enero, El confidente; Leon Morin, sacerdote; El silencio de un hombre, Dos hombres en Manhattan, Hasta el último aliento y El ejército de las sombras.
El nombre real de Melville era Jean-Pierre Grumbach. Nació en París el 20 de octubre de 1917 y murió en la misma ciudad el 2 de agosto de 1973.
Aficionado al cine desde su infancia, se entusiasmó muy pronto por el cine norteamericano, del cual era espectador asiduo. De hecho, era un admirador profundo de cuanto se refiriera a Estados Unidos. Una buena muestra de ello es que, como apellido artístico, adoptó el del escritor neoyorquino Herman Melville –autor, entre otras, de la novela Moby Dick–, que ya había utilizado como seudónimo durante su permanencia en la Resistencia francesa en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta después del conflicto bélico no decidió dedicarse profesionalmente al cine. Por motivos políticos no pudo contar para su primera película con el sindicato de técnicos cinematográficos, por lo que decidió fundar sus propios estudios.
Melville fue considerado precursor de la nouvelle vague por su independencia, su rechazo de los sistemas de producción industriales y sus innovaciones.
La Segunda Guerra Mundial, vista por Melville
Tres años después de filmar el cortometraje 24 horas de la vida de un clown, Melville rodó su primer largometraje: una adaptación de la novela El silencio del mar (1949), de Vercors (seudónimo de Jean Bruller), de la que él fue productor, guionista, director y montador.
Situada durante la ocupación nazi de Francia, la película trata de la relación de un oficial alemán con un anciano y su sobrina, que se ven obligados a albergarlo en su casa. El filme está desprovisto de cualquier tipo de maniqueísmo y muestra que, aun en circunstancias límite, la responsabilidad de cometer atrocidades o continuar siendo un ser humano es básicamente personal, aunque esté influida por el momento y el ambiente en que se vive.
El período de la ocupación volvió a ser tratado en otras dos películas de este director: Leon Morin, sacerdote –que fue un éxito de público y crítica– y El ejército de las sombras, para la cual se basó en su actividad en la Resistencia.
El cine negro
Melville fue, sobre todo, un especialista en el cine negro, muy inspirado en el cine policíaco estadounidense –se le considera el más norteamericano de los directores franceses–, en especial el de las décadas de 1930 y 1940.
En la segunda película de este género que rodó, Dos hombres en Manhattan, interpretó uno de los papeles principales, ya que Melville también actuaba ocasionalmente, sobre todo en algunos filmes de la nouvelle vague.
Después de realizar las muy dignas El confidente, El guardaespaldas y Hasta el último aliento, rodó la que en opinión de quien esto escribe es su mejor película: Le Samouraï (1967), distribuida en España con el título de El silencio de un hombre.
En ella, muestra a un asesino profesional a quien encargan la muerte del propietario de un club nocturno. Inmediatamente después de efectuar el trabajo le ve un testigo, que después se comporta de modo sorprendente ante la policía. El asesino, un hombre meticuloso, tiene como norma no dejarse implicar nunca emocionalmente, pero aquí rompe con este hábito que es básico en su profesión. Este hecho tendrá una importancia fundamental en su vida. La identificación con el cine norteamericano se advierte ya en el nombre del personaje: Jeff Costello, interpretado magistralmente por un Alain Delon que transmite el carácter frío e impasible de este sicario.
En la película no hay concesiones a la comercialidad: carece de acción trepidante, violencia gratuita y otros elementos que abundan en el género, y todo su desarrollo es muy contenido. Hay una persecución en el metro que recuerda mucho a las vistas en películas norteamericanas, pero que, en contra de lo que podría pensarse, son posteriores a El silencio de un hombre, ya que, en este caso, fue el cine negro estadounidense el que se inspiró en Melville y no a la inversa.
Además de la actriz Nathalie Delon, esposa del actor en aquel momento, aparecen dos intérpretes secundarios dignos de mención: François Périer y Cathy Rossier. El primero, amigo personal y socio de Alain Delon en algunos negocios, es aquí un comisario, papel que representó algunas veces a lo largo de su carrera.
Cathy Rossier, actriz natural de la Martinica, da vida a una pianista, decisiva en el desarrollo y el desenlace de la trama de este filme.
La filmación de esta película fue azarosa, ya que un incendio destruyó los estudios de Melville.
Las dos últimas películas del director fueron también del género policíaco: Círculo rojo (1970) y Crónica negra (1972), ambas interpretadas por Alain Delon, y la primera de ellas por François Périer, el actor milanés Gian Maria Volonté y uno de los grandes del cine francés: Ives Montand.
Círculo rojo muestra la fuga de un delincuente al que un comisario lleva a la prisión en un tren desde Marsella hasta París y cómo, después de conocer casualmente a un hombre que acaba de salir de la cárcel tras cumplir una condena de cinco años, preparan un robo en una joyería de lujo de la plaza Vendôme de París. Destaca la escena del robo, sin diálogos, que dura unos 27 minutos.
En Crónica negra, el apellido del comisario interpretado por Alain Delon vuelve a manifestar la admiración de Melville por el ambiente norteamericano: Édouard Coleman. El filme trata de cómo este comisario resuelve un atraco a una oficina bancaria cometido por una banda, cuyo jefe es el propietario de un club nocturno que comparte con el policía la amistad del personaje interpretado por Catherine Deneuve.
La película mantiene un buen ritmo y conserva la tensión en todo momento. Sólo se le puede objetar un pero: en la escena del robo, desde un helicóptero, de la droga que un delincuente transporta en el tren París-Lisboa, resulta bastante evidente que tanto el tren como el aparato aéreo son unas maquetas.
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