En el prólogo de El destino de las imágenes Domin Choi hace hincapié en la sentencia de Jacques Rancière, sobre si verdaderamente tiene sentido hablar de imágenes cuando sólo hay imágenes (Rancière, 2011: 17). Quizá entonces hallemos más sentido al hablar de cuerpos, si partimos del cuerpo para reflexionar sobre la estética (o las estéticas) del cine contemporáneo.
Una generación actoral como la de Kristen Stewart, Jesse Eisenberg, Robert Pattinson, Saoirse Ronan, Mia Wasikowska, Alicia Vikander, Rooney Mara, Timothée Chalamet, Emma Watson, Léa Seydoux y Kit Harington, entre otros, adquieren una particularidad que los hace similares, se ciñen a unos códigos interpretativos pariguales que implican que la puesta en escena del cine se amolde a ellos. Todos son portavoces de un ideal de la juventud cuya característica principal es la inexpresividad y la elusión, rehúyen la cámara. Lo que sucede a su alrededor rebota ante ellos, ya que son hijos de la interfaz y la sobresaturación informativa. Son más contenidos que torrenciales a la hora de desplegar su caudal gestual y su energía interpretativa.
Hay que recordar que el sistema Stanislavski está centrado en el arte de experienciar, en pos de revelar procesos psicológicos incontrolables. Parece que este grupo de intérpretes frene dichos procesos y no simpaticen con la memoria afectiva, con la conciliación hacia la alteridad. Quieren que dicha memoria permanezca en la insinuación y que no sea la principal herramienta de focalización de su trabajo. En el caso de Kristen Stewart, ¿cómo se adueña y canaliza las capas del relato visual?
Si contemplamos la definición de Schelling de que el arte es la unión de un proceso consciente y de un proceso inconsciente (Rancière, 19: 2004), detectaremos que los rasgos interpretativos de Stewart son resultado de los vaivenes de un período y de sus sentimientos en el inconsciente colectivo. Por otro lado, también sacamos a colación una máxima de El malestar de la estética: La naturaleza humana del orden representativo ajustaba las reglas del arte a las leyes de la sensibilidad y las emociones de éstas a las perfecciones del arte (Rancière, 22: 2004). Kristen Stewart refleja un malestar interno, una afectación sin catarsis. ¿Significa que Stewart es arte en sí misma, una experiencia sensible per se? No necesariamente, pero sí es una marca de ello, una mordedura en la imagen que transparenta algunas mutaciones de la misma.
Kristen Stewart es una actriz de la era de la imagen pero que la niega, es ajena a sus ramificaciones virtuales y conserva una melancolía hacia un pasado que ni siquiera ha vivido. A este respecto, Rancière expresa que las imágenes del cine son relaciones entre lo decible y lo visible, maneras de jugar con el antes y el después, la causa y el efecto. (Rancière, 2011: 27). ¿Y si a través de la corporeidad de Kristen Stewart las imágenes cinematográficas experimentan una suerte de sacudida?
Su caso es uno de los más sugestivos del cine contemporáneo. La actriz se resiste a ser filmada frontalmente, aguanta el plano pero necesita resguardarse de sí misma y de las figuras que la envuelven. Tiene propensión al enmascaramiento, lo que construye una poética del fuera hacia dentro. Su cuerpo se autoproyecta sobre su propia coseidad en forma de luz y sombra, transmitiendo ambivalencia e inseguridad. Diríamos que está conforme con su neutralidad, desiste en decantarse por un polo negativo, pero tampoco ansía lo opuesto. Esta escena de la película Spencer, de Pablo Larraín (2021), es una fractura con una forma clásica de entender la interpretación.
En esta escena el personaje de Lady Di está rodeado de comensales, pero su angustia es creciente. Es interesante descifrar lo que irradia el cuerpo de Kristen Stewart en tanto que es captado por la cámara. Interactúa con los elementos adyacentes de la escenografía y en consecuencia concentra hacia ella la estética cinematográfica, generando momentos volátiles de verdad que abren pequeños resquicios en el universo ficcional.
Rancière ofrece una definición muy atinada de la forma del arte, en este caso del cine, como es la redisposición de objetos e imágenes que forman el mundo común ya dado, o la creación de situaciones adecuadas para modificar nuestra perspectiva respecto a este entorno colectivo (Rancière, 30: 2004). Kristen Stewart da cuerpo a personajes apegados a una realidad verosímil, pero asfixiante. En este caso, se pone en la piel de Lady Di, en un momento en el que se percata definitivamente que su matrimonio no está funcionando como debería.
En su análisis sobre la reproductibilidad técnica, Walter Benjamin cita al dramaturgo Luigi Pirandello cuando expresa que con la llegada del cine la condición del actor se modifica. El intérprete se siente exiliado de su propia persona y su cuerpo se convierte en una ausencia para dar paso a una imagen que tiembla (Benjamin 1935: 69).
Los personajes encarnados por Kristen Stewart tienen una destacable audacia para confrontar a su “otro” con sus propios medios y generar tensión visual. Lady Di tiembla, Stewart tiembla y la imagen que la envuelve lo hace también. Parece que siempre oculte sus sentimientos, nunca los exterioriza de forma diáfana. La presión y el acorralamiento de los factores externos sobre ella, traducidos en la diégesis a través de la honra y las convenciones sociales, le imposibilitan a que se exprese con naturalidad, y el cineasta se ve obligado a integrar el dispositivo cinematográfico alrededor de ella, en lugar de que sea ella la que deba encontrar su propio hueco y dominar la escena.
En relación con los otros personajes, Stewart ansía abstraerse, no interactuar. Hay que remarcar la direccionalidad de su mirada y cómo orienta los ojos. Personal Shopper, de Olivier Assayas (2016), es una de las películas que con más audacia ubica a Kristen Stewart en el epicentro de la puesta en escena, pero de un modo singular. Si pensamos en la actriz advertiremos una claridad, pero lunar. Ella personifica el crepúsculo del cuerpo y los fantasmas de la mirada, lo que en el cine de Assayas es la resignificación de las temporalidades intrínsecas del cine, inexistentes en el ecosistema virtual.
Byung Chul-Han pormenoriza, en La sociedad de la transparencia, que la coacción de la exposición explota lo visible, cuya superficie no tiene ninguna estructura hermenéutica profunda. Dicha coacción despoja al ser de su propio rostro, pues el imperativo de la transparencia hace sospechoso todo lo que no se transforma en visibilidad (Chul-Han: 2012, 31).
Personal Shopper revela de forma desnaturalizada los ademanes que caracterizan la screen persona de Stewart. Mientras se pone en la piel de esta diseñadora de vestuario, Kristen Stewart fuerza su rigidez corporal, como si le urgiese resguardarse, por recelo a ser juzgada o increpada.
Las imágenes que se desgajan de ella se embadurnan de una tonalidad grisácea, apagada y deslucida. El filósofo prosigue: “en la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad, pues todo se mide en su valor de visibilización. El exceso de exposición hace de todo una mercancía, entregada a la devoración inmediata (Chul-Han: 2012, 29). Kristen Stewart es un fantasma, una figura susceptible de transformarse en algo borroso. No deja de ser un bastión de resistencia para que la estética que la abraza no se transforme en un conglomerado de imágenes sin molde. En su ensayo El fin del mundo como obra de arte, Rafael Argullol deja claro que siempre hemos estado en manos de simuladores, y lo aceptamos porque nosotros también lo somos. La cuestión no estriba, pues, en una pugna entre veracidad y simulación, sino en la potencia que ésta demuestra para imponerse. (Argullol, 38: 1990). Stewart es la última demostración de una realidad cuyos cimientos se están desintegrando.
En una escena de la reciente Crimes of the Future (2022), David Cronenberg le otorga espacio a los intérpretes, Kristen Stewart y Viggo Mortensen, para que interactúen, en primera instancia verbalmente y después rozándose. El film destaca por su relectura estilizada de los códigos del noir, pero se ajusta a un tempo contemplativo, casi alicaído. Cronenberg prosigue en su empeño de trabajar lo poshumano y lo poscorporal.
Stewart, por su parte, vuelve a hacer uso del encorvamiento de los hombros y del pestañeo constante, como si reflejara una inseguridad interna, prototípica de sus personajes. Cuando la actriz utiliza los brazos significa que quiere expresar algo que quizá no es del gusto de su interlocutor. Como puede apreciarse, la actriz entabla un diálogo entre el dentro y el afuera a través de la contención, pero también de la persuasión. En la película interpreta a una investigadora del registro nacional de órganos que sigue muy de cerca las prácticas quirúrgicas y sexuales de Viggo Mortensen y Léa Seydoux. Stewart, en ese sentido, es percibida por el espectador a través de gestos que parece que nunca alcanzan un clímax, que nunca se cierran a modo de apoteosis emocional, como sí lo hacen los de sus compañeros de escena. Sus ojos llorosos casi son un síntoma de su incapacidad resolutiva y sobre todo de los complejos que caracterizan su screen persona.
Kristen Stewart no es una actriz del cuerpo, sino de la huella que éste va dejando. Si Spencer es un film eléctrico interpretativamente, Personal Shopper es lo opuesto, pues se compone de pequeñas vibraciones y sensibilidades. No es trivial que un proyecto futuro de Stewart fuese con Cronenberg, el maestro de la nueva carne, viendo que rehúye el tiempo presente, pues éste le incomoda. Incluso en un momento que puede destilar erotismo continúa constreñida, como si nunca pudiese experimentar una sensación catártica. Por esa razón la actriz es tan consciente de su artificiosidad. Stewart, como se sugería al inicio, encarna las pulsiones empoderadas de una juventud, pero que a la vez siente melancolía de un cierto pasado, en un duelo entre modernidad y posmodernidad que supone una quiebra donde se impone lo segundo. Si Personal Shopper desplaza su mirada hacia el pasado, Spencer es una radiografía de un presente opresor y Crimes of the Future una proyección futura del cuerpo sin órganos, Kristen Stewart es una actriz sin tiempo, lo que la hace aún más fascinante y le reserva una prometedora trayectoria.
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