Nueva jornada en el Festival de Cine de Cannes marcada por la ventisca en la ciudad. Y por los finales descarrilados por fiebres, mutaciones o desarraigos de las películas vistas.
‘Titane’ de Julia Ducournau, compite por la Palma de Oro
“Tras una serie de crímenes sin explicación, un padre encuentra a su hijo desaparecido hace diez años. Titanio: metal altamente resistente al calor y a la corrosión, que ofrece aleaciones muy duras”, reza la sinopsis oficial de Titane. Tan críptica como atrayente y que viene a constatar el potencial de Julia Ducournau a la hora de expandir los límites del cine contemporáneo, de su lenguaje y de su experiencia.
Identidad, amor y género forjados sobre una base de titanio, sexo y fuego. De pequeña, Alexia, Agathe Rousselle, sufre un accidente de coche y como consecuencia le implantan una placa de titanio en la cabeza. A partir de entonces es un híbrido humano y mecánico, una mutación de género que la convierte en una psicópata. En su huida hacía adelante Alexia encuentra lo más parecido a un hogar. En una estación de bomberos Vincent, Vincent Lindon, consumido no tanto por el fuego si no por los esteroides que se inyecta, vive desesperado por reemplazar al hijo perdido tiempo atrás. Alexia se convierte en Adrien y debe fingir que es un hombre. Para ello se transforma físicamente, se rompe la nariz y se venda los pechos y el vientre. Un vientre en que está gestando una criatura fruto de su encuentro con un coche, literal no metafórico.
La realizadora francesa insiste en retorcer el cuerpo de la mujer desde los anales del terror corporal y de lo más visceral del deseo sexual por la máquina. De ahí que Titane se erija como la hija legítima de Crash, 1996, o Videodrome, 1983, ambas de David Cronenberg, llegada a un nuevo mundo. Con un cuerpo atravesado por las placas de titanio y una vagina que emana aceite de coche en trance hacía lo indestructible, la criatura que dará a luz. Titane es una huida y una llegada. De un lugar extraño a otro que deja de serlo.
La realizadora francesa insiste en retorcer el cuerpo de la mujer desde los anales del terror corporal y de lo más visceral del deseo sexual por la máquina.
Ducournau parte del texto homónimo de J. G. Ballard para desplegar de nuevo su particular universo teñido de luces de neón, para abordar la violencia «como el origen de algo, como una forma de acabar con unos principios que llevan en pie desde hace demasiado tiempo», explica la directora. Titane también es una historia de filiación y de amor, o, más bien, «la historia del surgimiento del amor».
‘Petrov’s Flu’ de Kirill Serebrennikov, compite en la Sección Oficial
Rusia vista por Serebrennikov como un imperio caído, congelado y sombrío. Petrov, Semyon Serzin, es un dibujante de cómics que vaga por una ciudad devastada por una epidemia de gripe que él también padece. El trayecto se convierte en una odisea en que se confunden las alucinaciones por su estado febril y la ingesta de alcohol. Su mujer sin nombre, Chulpán Jamátova, es una bibliotecaria de día y vampiresa de noche. También una madre entregada. Y es a partir de los delirios de los protagonistas que Serebrennikov construye su sinfonía, tan enfermiza como visceral, de una ciudad repleta de seres desorientados.
Petrov’s Flu es la adaptación libre de Petrov’s Flu, la gripe, etc. de Alexeï Salnikov. Y el particular pulso de este realizador contra un régimen que lo condenó a arresto domiciliario. “Quería compartir nuestros recuerdos de la infancia y contar al público lo que nos gusta, lo que detestamos; quería compartir nuestra soledad y nuestras esperanzas”. El estado febril alucinatorio de Petrov’s Flu es la excusa para retratar una sociedad en decadencia y desnortada donde los recuerdos del pasado golpean el presente, las frustraciones comportan crímenes y todo se convierte en un caos tremendo, que esperamos comprender algún día.
‘Blue Bayou’ de Justin Chou, a competición en Un Certain Regarde
Blue Bayou fue un gran hit escrito por Roy Orbison en 1963 y versionado por Linda Rondstadt en los setenta. Una canción lenta, nostálgica, que habla de un lugar ideal al que volver para ser felices. Ese lugar es Estados Unidos, el hogar, destino de peregrinajes donde los sueños se cumplen. Aunque no para todos. El Blue Bayou de Justin Chou se sitúa precisamente en el páramo del no lugar. Justin Chou y Alicia Vikander son un matrimonio joven, ella americana de nacimiento, él de adopción. Juntos crían a la hija de ella y tienen otra en camino. Pero la xenofobia del estado de Luisiana, paradigma del gran país de las segundas oportunidades, pronto se ceba con Antonio LeBlanc, Justin Chou, que va a ser deportado. LeBlanc nació en Corea pero fue adoptado hace treinta años por una familia americana.
La desesperanza se cierne sobre esta pequeña familia abandonada por un sistema impasible y maltratada por una policía corrupta. Blue Bayou es la crónica de una deportación anunciada, la que sufren en la vida real centenares de personas que fueron adoptadas por familias americanas y que en la actualidad están siendo expulsadas. LeBlanc tiene que demostrar que es un valor en la sociedad americana. Pero el desarraigo y la soledad se apoderan de él cuando su país le vuelve la espalda. La película de Chou es honesta por cuanto entiende la injusticia de estas familias, aunque formalmente deriva en una poesía pretendida que le resta patetismo al tema tratado.
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