¿Quién no conoce a Van Gogh? El pintor holandés (1853-1890) es tal vez el artista moderno más famoso del mundo, algo que no impide que sigan apareciendo cada año nuevas aproximaciones a la obra y vida de un personaje tan enigmático, de cuya vida parece que aún queda mucho por contar.
En 2017 se estrenaba la nominada al Oscar Loving Vincent, una película de animación que innovaba en lo técnico, siendo el primer film pintado enteramente con pintura al óleo. En lo temático, el film indagaba en la figura del pintor a partir de su muerte, una especie de Ciudadano Kane donde a modo de flashbacks se reconstruían los últimos días antes de su muerte, en el sur de Francia, intentando adivinar su causa y sus culpables.
Un año más tarde, el cineasta y artista Julian Schnabel presentó en el Festival de Venecia At eternity’s gate, film que recorre los años en que Van Gogh explayó su personalidad artística en Arlès. El film le supuso a su protagonista Willem Dafoe la Copa Volpi al mejor actor y más recientemente su cuarta nominación al Oscar, siendo la primera que recibe como actor protagonista, pero incomprensiblemente el premio fue a parar a Rami Malek por su desacertada imitación de Freddy Mercury. Pese a la diferencia de edad del actual Dafoe (62 años) con el último Van Gogh (37), la caracterización es del todo creíble, pues construye la interpretación del personaje con total humanidad, lejos de aproximaciones miméticas.
Vincent Van Gogh fue dueño de un estilo muy personal, cobijado por la historiografia bajo el paraguas del posimpresionismo. Schnabel logra con su cámara, gracias al trabajo de su director de fotografía Benoït Delhomme, plasmar esa pincelada tan característica y tan nerviosa del pintor. Si hay algo en la obra de Van Gogh que haga sus pinturas reconocibles para el gran público es precisamente es el trazo y el color con el que daba forma a sus figuras.
La fotografía del film consigue en algunos momentos transformar en imágenes esa realidad pictórica de Van Gogh, incomprendida en la época y hoy admirada y hasta canónica, creando en si mismo un estilo propio imitado pero inimitable. Schnabel expone a Van Gogh frente a la sublimación del paisaje, del mismo modo que el público se expone frente a su obra. El film muestra la visión más generosa del artista, empeñado en compartir su manera de ver el mundo, pese a tratarse de un artista incomprendido, consciente de pintar para gente que está por nacer. Es esa incomprensión lo que le debilita y le tortura. Significativo es el episodio en el que Van Gogh se encuentra pintando las raíces de un árbol caído y se le acerca un grupo de escolares de excursión por el campo junto a su maestra. Despiertos por la curiosidad, se acercan al pintor para contemplar un trabajo que no acaban de comprender. Esa curiosidad infantil se transforma en cruel burla, lo que hace desesperar a Van Gogh, quien tendría horas más tarde un incidente con uno de esos niños.
El mayor mérito del film de Schnabel recae en la aproximación fotográfica del estilo de Van Gogh y en mostrarnos al artista, gracias a la contenida intepretación de Dafoe, como un ser tierno, sensible y dependiente. Una visión alejada del colérico perturbado que, por ejemplo, mostró Kirk Douglas en El loco del pelo rojo.
La descriptiva imagen que crea Schnabel situando a Van Gogh sentado en la ladera de una colina contemplando la luz del final del día en el horizonte, nos muestra al pintor a las puertas de esa eternidad que acoge los días después de las noches, desde la que hoy contemplamos la obra de un pintor que no deja de sorprendernos.
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